lunes, 30 de noviembre de 2009

¿Perdón?, ¿Qué Perdón?


Estimado moderador de Gran Canaria Despierta, te agradezco que me hayas invitado a unirme al grupo que le pide perdón a Diego, pero no deja de sorprenderme, ¿por qué debería pedirle perdón?, yo no lo juzgué, no emití juicio de valor o de intenciones sobre lo que me dijeron que hizo. Posteé en el Canarias 7 una breve frase rogando a dios que acogiera a la pobre niña fallecida, únicamente. El linchamiento publico al que fue sometido sólo aumento mi dolor y repulsa por los acontecimientos.


Recuerda, amigo, que soy abogado y sé demasiado como funciona la máquina. Salí, no hace mucho de ruedas de reconocimiento donde todas las víctimas negaban que mi cliente fuera el autor y sin embargo, la prensa informaba en titulares que quince mujeres lo habían reconocido, entre otras barbaridades. Te recuerdo igualmente que mi cliente murió en prisión víctima del acoso constante de la prensa y de la sociedad y de los otros presos. Nadie nunca le pidió perdón, ningún recorte de prensa señaló su inocencia. En fin, comprende que no me permitiera juzgar a Diego, tal vez traté, sin conseguirlo, de comprender que pudo pasar por su mente, que extraña y cruel desviación pudo llevarle a actuar de tan diabólica manera. El dolor y la consternación eran tan grande que no pude reprimir un primer instinto de rabia asesina, pero enseguida primó la cordura del que ha conocido, profesionalmente, situaciones parecidas. Quede claro que entiendo la reacción mayoritaria, y me parece normal, tampoco la juzgo.


Así que la única razón que se me ocurre para pedir perdón a Diego es consentir, o no hacer lo suficiente por permitir que este tipo de situaciones se reproduzcan, pero más que pedirle perdón, considero que tengo el deber moral de aclarar ciertos extremos, ya que creo que se está perdiendo algo la perspectiva.


En primer lugar Diego ha sido una victima, pero ni la principal ni la única en este triste episodio. La primera y principal víctima es la pobre niña fallecida. Ella perdió la vida, recordémoslo, a una edad tan dulce y temprana que el amor es la única razón de su existencia.


Luego, está la madre, el padre de la niña, no me atrevo a escribir su nombre, ya que mi dolor es grande, pero nada, nada, comparado con el dolor que siente esta madre, este padre, el dolor de sus abuelos, tíos y toda la gente que rodeaba a esta familia y quería la niña. Y por supuesto el dolor de Diego, quien cuidó y amó a quien seguro fuera la perla de sus ojos, aunque no corriera su sangre por sus pequeñas y frágiles venas.


Así, estoy seguro que Diego rabiará y sufrirá por haber sido injustamente acusado de actos delirantemente crueles, pero estoy convencido que este dolor es insignificante al lado del que la causa la muerte de la hija de su pareja.


Por lo que aclaradas las anteriores premisas, y sintiéndome totalmente liberado de culpa alguna o responsabilidad siquiera mínima sobre lo ocurrido, quiero aclara que estos hechos no fueron fortuitos, que probablemente se pudo haber evitado la muerte de la pequeña, y seguro que pudo haberse evitado la falaz acusación.Y esto se hubiera evitado si las cosas funcionaran como deben funcionar.

Así, quizá, la administración de justicia, la máquina apisonadora, determinará si los facultativos que atendieron a la menor en una primera ocasión actuaron con toda la diligencia debida y hubieran podido salvar la vida de la niña, o al menos diagnosticar la importancia del golpe. Por que creo que ahí está el “quiz” de la cuestión, ya que si no hubiera habido un primer disfuncionamiento de la administración, los hechos no se hubieran sucedido como desgraciadamente acontecieron y dando lugar a al menos, dos errores más, importantísimos de la administración del estado.


Estos errores lógicamente se producen al diagnosticar en un prematuro e irreflexivo análisis primario por parte de los galenos que atendieron a la niña los abusos sexuales y malos tratos que dijeron observar (no quiero pensar que para excusarse a si o a sus compañeros) y de la Guardia Civil por acusar injustificadamente a Diego de estos inexistentes y horrendos crímenes.


Por ello como ya he comentado, espero que la justicia depure las responsabilidades profesionales que correspondan, pero quien estoy absolutamente seguro que no van a responder son los responsables último de toda esta tragedia, es decir los responsables de implementar un servicio de salud digno, los responsables de que un centro de salud cuente con el personal necesario para atender a la población como se merece, los responsables de que los seis millones de euros que cuesta la sede de la Policía Canaria, por ejemplo, se destinen a la paupérrima atención primaria de salud, los responsables de establecer verdaderas prioridades de gestión que redunden en beneficio de la población y no en únicamente en el de la casta de los políticos y sus acólitos. Ellos, ellos de quien obviaré sus nombres, ellos son los que deben pedir perdón no sólo a Diego si no sobre todo a Aitana, que vio sesgada su corta vida, a su madre, a su padre, a todos los que la quisieron y nunca la olvidarán, y a la sociedad canaria en general.


Por lo tanto, no, no voy a pedir perdón, a Diego, le voy a mostrar mi compasión, mi apoyo, mi cariño, le voy a decir que yo, como todo los canarios he sentido un profundo dolor por la muerte de la niña, he sentido vergüenza por que se repita una vez más el linchamiento, interesado e inducido, y que voy a pedir, a exigir responsabilidades, profesionales y políticas, pero no voy a matar al mensajero, ni dejarme enfrascar en polémicas que apartan la atención de lo verdaderamente dramático: Aitana, una niña tinerfeña de tres años ha muerto, su muerte, hubiera podido evitarse.