El 7 de Octubre de 2009, moría en Afghanistan el joven canario Cristo Ancor Cabello. El viernes pasado, coincidí en el barco con un batallón del ejercito, que proveniente de hacer maniobras, se disponía pronto a realizar una “misión exterior”
Viendo y hablando con estos muchachos y muchachas me acordé de Cristo Ancor, y de esta misiva que tras su muerte le envié a Natalia Mendoza:
“Natalia, me acuerdo hace unos años, en Afghanistan las niñas no podían ir a la escuela, las mujeres eran obligadas a tapar su cuerpo e incluso su rostro, para sus maridos tenían menos valor que el magro rebaño de cabras que les abastecía de la escasa leche que sus ubres marchitas alcanzaban a dar.
La música estaba prohibida, y el volar cometas, y el cine, y si me apuras hasta la risa. El país estaba en manos de una pandilla de narcotraficantes pastunes, que aterrorizaban a la población a bordo de sus rancheras desvencijadas. Esta manada de traficantes de heroína, había, al modo de las FARC, encontrado una coartada ideológica a su deriva asesina. La habían encontrado en algo más vendible que la propia tradición pastún, su coartada se llamaba Islamismo, y así daban cobertura, a cambio de protección y sobre todo de una justificación internacional a su sanguinario negocio. Así en perfecta simbiosis con Al Qaeda, dieron entrenamiento y apoyo logístico a grupúsculos de fanáticos que sembraron de sangre y dolor la faz de la tierra.
De Bali, a los montes Kabilos, en Argelia; del árido e ingrato desierto del Tenere a las paradisíacas y fértiles islas Filipinas, de Londres a Madrid, y de Manhattan a Bombay, impusieron su ley, su chantaje asesino. Miles, decenas de miles, de niños, mujeres, ancianos y hombres. Blancos, negros, asiáticos, árabes , gentes de todas las razas y cultura. Cristianos, budistas, judíos y sobre todo musulmanes, como ellos, sucumbieron ante la codicia fanática de estos temibles locos de dios.
¿Podíamos, crees, Natalia, que ante esto teníamos que permanecer quietos, aceptar sin más que estos matones de barrio, asesinos machistas, sembraran su ley de terror y vasallaje?. Creo que es obvio que no. ¿Sabes?, estuve en Madrid un 11 de marzo de hace algunos años, sentí miedo, rabia, impotencia, sentado en ese vagón de metro.
Sentí miedo andando,por las calles de Madrid, de esa ciudad que años antes, me acogiera con los brazos abierto. Y sentí dolor, pena, rabia, compasión, cuando al caer la tarde vi como la gente se reunía, a llorar, a abrazarse, a orar, a consolarse y preguntarse: ¿Como es posible?, ¿Cómo ha sido posible?, ¿Por qué?
Tiempo después, el Gobierno de España, acudió al llamado de la ONU, y junto a una coalición de naciones, capitaneadas por un pacto de defensa militar al que pertenecemos, la OTAN, decidió intervenir. Por eso estaba allí Cristo Ancor. Por eso murió Cristo Ancor. Para que yo pueda viajar tranquilo en un vagón de metro sin miedo, tranquilo, en paz, sabiendo que no es cierto que acaban de morir 200 personas unas pocas horas antes muy cerca de donde me encuentro.
Que no han muerto esos niños en los montes de Argelia, ni esas chicas australianas en la discoteca Indonesia, ni ese viejo que confiado fumaba su pipa en los suaves montes de las estribaciones del Himalaya. Por eso estaba Cristo Ancor en Afganistán, para que aquella niña a la que él sonrió el día antes de morir, pueda ir a la escuela, soñar con que un día será doctora, y tal vez casarse con un hombre que la ame y la respete.
Por eso este viernes, todas las cometas de Kabul gritaran un nombre: Cristo Ancor, el nombre del canario que dio su vida por la libertad.
Y por qué creo que el político, la mujer, el hombre de estado, debe decir la verdad a la gente, aunque sea más fácil decir lo contrario, decir lo que quiere oír, te he escrito estas líneas. Gracias si has tenido la paciencia de llegar hasta aquí, y disculpa el tono y la osadía. Recibe un fuerte abrazo
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